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El banco de Dios: Pactando con el diablo

Publicado: 2009-11-14

Nunca el Vaticano comprometió tanto su propia existencia durante 59 años al punto de pactar con el mismo diablo. A comienzos de 1929 el mundo y especialmente la Iglesia Católica no imaginaba la real dimensión de la crisis económica. Lo peor de todo, es que el propio Vaticano tuvo que hacerle frente. Nunca estuvieron tan cerca de la pobreza y austeridad como los primeros cristianos.

Pero queda claro que nunca estarían desamparados, y su salvador no necesariamente sería un personaje “de su devoción”. Mussolini se convertiría en la luz de esperanza del Vaticano.

La crisis mundial había obligado al Vaticano drásticas reducciones en el personal que laboraba en sus instalaciones con el fin de que también se reduzcan los gastos. Para Pio IX, no era nada agradable saber que la crisis que ellos estaban pasando no era necesariamente de “tendencias” mundiales. Uno de los puntos que más golpeo al Vaticano, fue la reunificación de Italia -siglo XIX- este hecho histórico dejaba como real administrador de diversas propiedades al gobierno Italiano, lo que origino que el Vaticano perdiera muchos ingresos productos de alquileres o concesiones en grandes extensiones de terreno por toda Italia.

Suceden en el trono 2 papas más, Pio X y Benedicto XV, las condiciones distaban mucho de mejorar, cada vez empeoraban.

El sucesor de Benedicto XV fue Pio XI, “Ambrogio Damiano Achule Ratti”, que lo hizo entre 1922 y 1939, personaje excepcionalmente dotado para las tareas diplomáticas y la suma cautela. Realizaría pactos sin despertar sospecha alguna.

Pio XI se volcó en la expansión de la Iglesia por todo el planeta. Su gran enemigo fue el comunismo, esto explica las simpatías con que miro a dictadores como Franco, Hitler y Mussolini.

Pero más allá de su animadversión por el comunismo, estos no pasaban de ser una “molestia” si contaba con un “mísero” presupuesto anual. Apenas superaba el millón de dólares. Cada día que pasaba la situación se tornaba más insostenible. Los resultados de una auditoría realizada por la comisión cardenalicia no pudieron ser más desalentadores: El déficit del Vaticano crecía de forma desmedida, al tiempo que los ingresos y las donaciones descendían peligrosamente.

Preocupado por las necesidades económicas de la Santa Sede, y cegado por su radical anticomunismo, Pio XI tomaría una drástica decisión.

La situación financiera de Italia no era mucho mejor que la de la Santa Sede. Con la mayor tasa de natalidad de Europa –que lo conserva hasta el día de hoy- y una inflación en ese tiempo solo superados por Alemania, la pobreza era el estado natural de muchas familias italianas.

Mussolini en su intento por controlar el poder en Italia, desarrollo una feroz campaña de violencia política contra los

Mussolini y Hitler

comunistas, que gobernaban Italia. Los comunistas no se quedaron de brazos cruzados e iniciaron su propia protesta con paros laborales. En octubre de ese mismo año, se reunió el congreso del Partido Nacional Fascista y comenzaron los preparativos de la «Marcha sobre Roma», planeada como la ocupación de la capital italiana por parte de los «camisas negras», fascistas cuyo objetivo era presionar al rey para que encargase la formación de gobierno a Mussolini. Queda constatada en la historia, que Mussolini no encontró resistencia, así que “el Duce” asumió el poder.

Los efectos del ascenso al poder de Mussolini no se hicieron esperar. La actividad económica se reactivo. Las tasas de paro e inflación recuperaron sus niveles lógicos. Un verdadero paraíso si a uno no le importaban cuestiones como la democracia, la libertad de expresión o vivir en un estado policial sin las mínimas garantías jurídicas. Una dictadura con “maravillas”.

En cualquier caso, las arcas de la hacienda italiana recuperaron la salud perdida...queda claro que Mussolini era el hombre con el que Pio XI tenía que tratar. El 20 de enero de 1923, el cardenal Gasparri, secretario de Estado del Vaticano, mantuvo la primera de una larga serie de entrevistas secretas con Mussolini.

Sin embargo, había un pequeño gran detalle que podría dificultar notablemente un entendimiento entre Mussolini y la Santa Sede. Era de conocimiento público que el Duce era ateo y anticlerical. En su juventud había escrito varios textos profundamente antirreligiosos y en su vida personal ni se había casado con su pareja ni había bautizado a sus hijos. Se cuenta que en una ocasión se quito el reloj y, poniéndolo violentamente sobre la mesa, le dio a Dios un minuto para fulminarle si realmente existía y era todopoderoso. Pese a todo, una vez alcanzado el poder, Mussolini fue consciente de las dificultades de gobernar en Italia de espaldas a la Iglesia católica:

«Creo que el catolicismo podría ser utilizado como una de nuestras más potentes fuerzas para la expresión de nuestra identidad italiana en el mundo»

Por otro lado, el ateísmo de Mussolini irritaba a los financieros que le apoyaban económicamente, lo que hizo que el Duce cambiara de táctica. Los fascistas estaban convencidos del interés social de un sentimiento como el religioso, que es vínculo comunitario en las masas. El propio Mussolini se sintió muy sorprendido en 1922 ante la inmensa multitud que esperaba en la plaza de San Pedro la elección de Pio XI:

«Mira esta multitud de todos los países del mundo. ¿Cómo es que los políticos que gobiernan las naciones no se dan cuenta del inmenso valor de esta fuerza internacional, de este poder espiritual universal?».

Así que, a pesar de su declarado ateísmo, Mussolini no deseaba destruir lo que existía, sino ir, progresivamente, modificándolo, reinterpretándolo a su manera, hasta conseguir que un día se transformase en una cosa muy distinta y en una religión con un contenido muy diferente. A su forma.

Comenzaron a prodigarse algunos gestos de buena voluntad hacia el Vaticano, entre donaciones de reliquias y demás avatares. En la Santa Sede se desconfiaba de Mussolini, pero a la vez se mantenía un prudente silencio sobre su forma de llevar las riendas de Italia. En el Vaticano no se podía escuchar palabra alguna en contra del caudillo fascista a pesar de que se trataban de atentados contra la vida humana y la democracia. Oportunismo y conveniencia en su máxima expresión.

Aunque la conveniencia era mutua. Sin variar un ápice lo que pensaba, el comportamiento externo de Mussolini hacia el Vaticano experimento un importante giro. El Duce comenzó a acudir a misa, dio validez eclesiástica a su unión matrimonial –se caso religiosamente- e incluso bautizo a sus hijos, renunciando en su nombre, como todo buen padre cristiano, al «diablo y sus obras». En el terreno estrictamente político, esta nueva relación con el Vaticano quedo patente con medidas legislativas, como los impuestos para las parejas sin hijos, la consideración del adulterio como delito penal y la persecución a otras religiones que, claro está, no sean la católica.

Tras algunas conversaciones, el dictador manifestó su deseo de firmar un tratado y compensar a la iglesia. El papa manifestó que estaba realmente dispuesto a negociar, había dos cuestiones que él consideraba imprescindibles: el reconocimiento de la posesión de un estado soberano bajo la autoridad del pontífice y la igualdad jurídica entre matrimonio civil y religioso.

El Duce dio su consentimiento al inicio de las conversaciones, las reuniones comenzaron a nivel estrictamente confidencial: el jefe del Gobierno había advertido a los participantes de que la menor indiscreción llevaría, de manera inevitable, a la ruptura de las negociaciones y se consideraría un atentado contra la seguridad del Estado. Lo que sucedió, no fue exactamente como lo planeo.

La mañana del lunes 11 de febrero de 1929, las calles de Roma se fueron poblando, buena parte de los romanos sabían que algo importante iba a suceder en el Vaticano a pesar del celo impuesto. Cuando El Duce llego se sorprendió al encontrar una muchedumbre expectante que aguardaba su llegada. Un acceso de ira le sobrevino al comprobar que sus ordenes no se habían cumplido fielmente; es posible que incluso se viera tentado de dar media vuelta en uno de sus celebres raptos temperamentales, pero no fue así, el Papa Pio XI, y casi todos los miembros del gobierno Vaticano, le esperaban desde hacía unos minutos.

El tratado “histórico” a firmar se componía de tres apartados principales, aparte de varios anexos y otras disposiciones; el primero, el concordato, regulaba las relaciones entre la Iglesia y el gobierno italiano. En él, se devolvía al Vaticano la completa jurisdicción sobre las organizaciones religiosas en Italia. El catolicismo pasaba a ser la religión oficial del Estado italiano, prohibiendo que otras confesiones religiosas pudieran hacer proselitismo en el país y el gobierno asumía pagar el salario de los sacerdotes con cargo a los presupuestos nacionales.

El segundo apartado, el Tratado de Letrán propiamente dicho, establecía la soberanía del Estado Vaticano, con el

Pio XI

que automáticamente se establecían relaciones diplomáticas. Aparte del recinto vaticano se concedía a la Santa Sede soberanía sobre tres basílicas de Roma (Santa María la Mayor, San Juan de Letrán y San Pablo), la residencia de verano del papa (el palacio de Castelgandolfo) y varias fincas por toda Italia.

Finalmente, estaba la «Convención Financiera», que de un plumazo llevaba a la Santa Sede de la miseria a la riqueza, esta última reconocía el derecho de la Iglesia a percibir una indemnización, cuyo monto se fijó en 1,750 millones de liras -90 millones de dolares- por los ingresos que había perdido en los casi sesenta años en que la reunificación de Italia perjudico al Vaticano.

Otras características del triunfo papal eran apenas menos impresionantes: la facultad para nombrar Obispos sin consulta, la personería jurídica para las congregaciones religiosas –lo que les permitiría crear más adelante el IOR- , la prometida paridad legal de los matrimonios religioso y civil, la imposibilidad del divorcio, el feriado obligatorio en todo el país para las festividades de guardar, la enseñanza católica obligatoria en todos los establecimientos de enseñanza.

Comenzaba una época en que las obras del diablo vendrían con la bendicion de Dios.

El dinero de Mussolini fue solo el comienzo de un colosal imperio económico que creció en poco tiempo alrededor de la Santa Sede. El artífice de este milagro económico fue Bernardino Nogara, un hábil financiero que no vacilo un instante a la hora de implicar al Vaticano en toda clase de negocios: desde el comercio de armas a las actividades que, hasta aquel momento, la doctrina católica había considerado como usura.

Continuara?


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Un ente puede ser muchas cosas, asi como ser ninguna. Me llamo Jesús Hernández y estoy asignado a explotar este blog con noticias, comentarios, información y opiniones. Esta bitácora es para la crisis económica asi como los casos de éxito. Paraisos fiscales y


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